Juegos de primavera
Cristina Roldán. Musicóloga
Podría decirse que la primavera ha sido la estación mejor tratada por la historia del arte y la literatura. La época que llega “de callada manera” y “sonriendo” —según el poeta cubano Nicolás Guillén— o sin que nadie sepa “cómo ha sido” —siguiendo a Antonio Machado— ha cautivado a creadores de todos los tiempos. Quizás su atractivo se deba a su “aliento fecundo” que “se ríe de todas las penas del mundo” mientras “viste en limonero y en naranjo en flor”, como sugiere el poema de Gabriela Mistral. A menudo la primavera ha estado asociada a la idea de renacimiento o renovación, a la vuelta a la vida de un mundo asolado por la mortandad del invierno. “La luna está muerta, muerta; pero resucita en la primavera” diría Federico García Lorca. Su aparición en la literatura también suele estar vinculada a la noción de libertad y actividad al aire libre, al canto de los pájaros y, con frecuencia, a la imagen de los niños jugando en calles y parques. El poeta granadino sugería esta última idea en otro de sus poemas: “Salen los niños alegres de la escuela, poniendo en el aire tibio del abril canciones tiernas”.
La primavera, la naturaleza y el juego son los tres grandes ejes que articulan el programa de este concierto. Comienza con un arreglo de la canción tradicional rusa V’syrom Boru Tropina realizado por el compositor O. Kuznetsov. Su texto nos describe un bosque húmedo en las proximidades a Galitzia donde encontramos a una grajilla a la que un halcón tratará de dar caza. La partitura se inicia con el sonido de una caja china (o woodblock) a la que luego acompañará una flauta que anticipa la melodía folclórica en la que se inspira toda la canción.
Le sucede Seasons (2013) para coro a tres voces, flauta (opcional) y piano. Se trata de la primera obra para coro infantil que escribió el compositor y pianista noruego Ola Gjeilo a partir de un texto de su colaborador habitual Charles Anthony Silvestri (letrista también de varias obras corales de Eric Whitacre). Como su título anticipa, Seasons [Estaciones] nos propone un repaso por las cuatro estaciones del año a través de una recopilación de imágenes sugerentes. Una sencilla y alegre melodía sirve de base para las dos primeras estaciones: el verano y el otoño. Del sol radiante del primero pasamos al aire fresco del segundo, mientras presenciamos el cambio de color de las hojas de los árboles. Después, la atmósfera se oscurece cargada de tensión en consonancia con las imágenes invernales que nos sugiere el texto: las noches se alargan y, con los vientos fríos del invierno, llega la nieve. No obstante, todo volverá a la calma inicial con la estación más esperada, la primavera, con la que concluye la composición.
El juego es protagonista de la siguiente pieza, firmada por el compositor vasco David Azurza. En su ciclo Maghreb suite (2013) presenta tres piezas alegres del folklore infantil magrebí arregladas para coro de niños, oboe (o violín) y percusión (darbuka). La segunda pieza de esta colección, Param param, popular de Túnez, es un típico juego de palmas que emplea como texto la narración del robo de una moneda (con moraleja incluida). Al comienzo, el coro se alterna con un solista que recita pasajes del texto traducidos al castellano para darnos las claves de la historia. La percusión corporal está presente a lo largo de toda la canción.
La enérgica Param param parece prepararnos para la danza que le sigue. La conocida Gavota en sol mayor que compuso Georg Friedrich Händel en 1705 para teclado se escuchará en un peculiar arreglo del compositor alemán Axel Gebhardt, que convierte el original en una versión para voces con acompañamiento. Tras ella regresa la primavera en una obra de 2012 del músico letón Eriks Ešenvalds: Spring, the sweet spring [Primavera, dulce primavera] para coro y copas afinadas. Se basa en un texto del poeta isabelino Thomas Nashe que Benjamin Britten también empleó en su Sinfonía de Primavera op. 44. No obstante, Ešenvalds va un paso más allá rozando la literalidad más absoluta al pedir a los coristas que reproduzcan el canto de los pájaros al final de cada estrofa. El resultado es una obra fascinante donde las aves parecen emerger de repente de la textura coral. A esta magia también contribuye el delicado sonido de las copas afinadas.
El juego vuelve con Kalá kallá (1996), una de las cinco canciones de amor hebreas que compuso el estadounidense Eric Whitacre a partir de poemas escritos por su pareja, la soprano israelí Hila Plitmann. Kalá kallá es la segunda pieza del conjunto y, al igual que el resto, está escrita para coro, piano y violín, a los que aquí se añade una pandereta. Su título puede traducirse como “novia ligera” o “novia de luz” y se basa en un juego de palabras que se le ocurrió a Whitacre mientras Hila le enseñaba hebreo.
Del recuerdo de Whitacre pasamos a la memoria de El anónimo viajero de Álvaro Galindo, escrito para coro de niños y cuarteto de cuerdas. Para muchos, la primavera tiene también algo de nostalgia, de evocación de la juventud perdida. El texto de Miguel Pereiro que inspiró a Galindo no nos sitúa en ninguna época del año, pero sí en un espacio definido: “un puerto sin barcos ni aguas de mar” —según nos cuenta un niño al comienzo de la pieza— donde desembarca “un anónimo viajero arrastrado por la casualidad”. A su llegada, afloran los recuerdos, todos ellos ligados a escenarios de la ciudad de Madrid. “En ninguna parte, en ningún lugar nadie olvida nunca la puerta de Alcalá”, comienza cantando el coro. Al final de la pieza, el texto concluye que “el anónimo viajero siempre guardará en el corazón, sus andanzas, juergas y paseos por Retiro, Alcalá, Gran Vía y Puerta del Sol”. Para crear esta atmósfera onírica se alternan pasajes recitados junto a otros cantados por el coro, a menudo sucedidos por interludios instrumentales.
A una escena de escuela que —por qué no— podemos situar también en primavera, nos remite la cantata Der Schulmeister [El maestro de escuela]. La autoría de esta cantata profana fue atribuida a Georg Philipp Telemann hasta 1995, año en que se descubrió que en realidad era obra del desconocido organista sajón Christoph Ludwig Fehre. En ella describe una lección de canto con un humor chispeante y una deliciosa ironía. El maestro de escuela es gruñón y orgulloso, pero también un apasionado de su trabajo. Sus alumnos, traviesos y distraídos, ponen a prueba su paciencia. Lamentablemente, no nos ha llegado la versión original de esta cantata y tenemos que conformarnos con una adaptación realizada por el compositor danés Christoph Ernst Friedrich Weyse para coro, orquesta de cuerdas, dos oboes, dos fagotes y dos trompas. La versión que escucharemos es la de Fritz Stein de 1950 para barítono, coro, cuerdas y bajo continuo.
Le sucede una bellísima canción de cuna estonia, Estnisches Wiegenlied (2002/2006) de Arvo Pärt, como si se tratara de otra de las piezas elegidas por el maestro de escuela. Dedicada a Montserrat Figueras y Arianna Savall, esta canción forma parte de un ciclo de dos que encargó Jordi Savall para su conjunto Hespèrion XXI. Su propósito era incluir canciones de cuna de distintas épocas en su álbum Ninna Nanna ca. 1500–2002 de 2002. Estnisches Wiegenlied, compuesta para coro femenino y conjunto de cuerda, se basa en una canción popular de Jõhvi, donde el compositor ha suavizado la línea melódica original. “Las canciones de cuna son como pequeños pedazos del Paraíso perdido —dijo Arvo Pärt— un pequeño consuelo combinado con un sentimiento de profundidad e intimidad. Escribí estas dos canciones de cuna [Estnisches Wiegenlied y Rozhdestvenskaya kolybel’naya] para adultos y para el niño que cada uno de nosotros lleva dentro”.
El programa se cierra con tres canciones infantiles. Las dos primeras integran el ciclo Ur bidea del ya mencionado David Azurza. Originalmente fueron escritas para coro infantil y violonchelo, aunque aquí las escucharemos para coro y cuarteto de cuerda. Obtuvieron el Segundo Premio del Concurso de composición para coros infantiles 1993 organizado por la Federación de Coros de Guipúzcoa. La primera canción, Ur iluna [Agua oscura], compuesta sobre un intenso texto de Joseba Irazu (Bernardo Atxaga) (1945), presenta el dramático momento en que miles de mariposas vuelan hacia altamar, mientras los niños tratan de advertirlas del fatal destino que les depara. Puede interpretarse como un lamento por el inevitable paso del tiempo. Precisamente en la idea de la vida como camino parece inspirarse la segunda canción del ciclo: Gurdi bidea [Camino de carros]. Está escrita a partir de un texto del poeta franciscano Manex Erdozaintzi (Etxart) (1935-1996). Según confiesa el propio Azurza: “es un canto de alegría al camino que discurre entre árboles y rocas, que sube y baja y que recoge mil historias, alegrías y penas de nuestras vidas”.
Como broche final, los Pequeños Cantores interpretarán Pluf tizén tizén, la tercera canción del ciclo Maghreb suite (2013) al que pertenecía también la divertida Param param. Según explica Azurza, se trata de una melodía infantil de la región de Cabila, al norte de Argelia, que los niños emplean como juego de eliminación. Cuenta la historia de un joven enamorado que, como prueba de su amor, lleva a su amiga sardinas y cacahuetes —algo típico en la tradición cabileña— a escondidas de su hermana y de su madre. Al enterarse, estas últimas, movidas por los celos, se mofan del joven cambiándole el nombre zan (el bello) por mauzán (el “no-guapo”, el feo). Al igual que Param param, está escrita para coro de niños, oboe (o violín) y percusión (darbuka), a los que aquí se añaden las palmas.