IX– ABONO SINFÓNICO
Sergei Rachmaninoff. Primavera, op. 20 + (1902)
Heitor Villa-Lobos. Mandu-Çárárá (1939)
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Igor Stravinsky. La Consagración de la Primavera + (1913)
+ Primera vez ORCAM
El mito de Perséfone nutre diversas leyendas difundidas en Occidente en torno a la primavera: raptada por Hades –deidad de la muerte– y obligada a morar en el inframundo la mitad del año, su retorno al mundo de los vivos es celebrado anualmente por su madre Deméter con el florecimiento de los campos. En la cantata Primavera (1902) –que adelanta en un lustro la paleta de colores y el panteísmo del Kitezh de Rimski-Kórsakov–, la estación de las flores diluye en el esposo la tentación homicida que le susurraba al oído el frío invierno con respecto a su adúltera mujer. En La consagración de la primavera encontramos un rapto ritual y el sacrificio de una adolescente, sostenidos con una abrasiva partitura que –tras su tumultuoso estreno parisino en 1913– se erigió como un indiscutible hito de la modernidad.
La Revolución bolchevique empujó a Stravinsky a abominar el resto de su vida –por sus connotaciones populistas– del culto al folclore que él mismo aplicó con celo a su ballet. Procedió al borrado de sus pasado como folclorista y aceleró la decadencia del nacionalismo musical desacreditándolo a través de su influyente pluma. Ajeno a estos sutiles debates, el brasileño Heitor Villa-Lobos legitimó durante los años 1930 el Estado Novo de Getúlio Vargas mediante el desarrollo de un proyecto coral a escala nacional que anticipa muchos rasgos del actual Sistema de Orquestas venezolano. Rebosante de energía y cargado de imaginería indigenista, la cantata-ballet Mandu Çárárá (1939) es una incontenible descarga de adrenalina.