I – ABONO SINFÓNICO – Inauguración de la Temporada
Sergei Rachmaninoff.
Concierto para piano y orquesta nº3, op. 30 (1909)
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Dmitry Shostakovich. Sinfonía nº5, op. 47 (1937)
La Revolución rusa de 1905 –preludio de la de 1917– no acabó con el zarismo, pero las huelgas, los disturbios y el terrorismo, azuzados por la violenta represión de una manifestación pacífica en San Petersburgo durante la aciaga jornada conocida como Domingo Sangriento, tardarón varios años en extinguirse. Huyendo de estos tumultuosos eventos, Sergei Rachamaninoff se instaló con su familia en Dresde, iniciando la que sería su etapa más productiva como compositor, en la que se enmarcan su segunda sinfonía y el poema sinfónico La isla de los muertos (incluidas ambas en la presente temporada), así como su tercer concierto para piano. Estrenado en Nueva York, este concierto permanece hasta nuestros días en el Olimpo de la literatura pianística por la solidez de su concepción sinfónica, su arrolladora expresividad y sus sobrehumanas exigencias técnicas.
Tres décadas después del estreno de esta obra, todo había cambiado en Rusia –ahora República Socialista Federativa Soviética de Rusia–, pero no precisamente para mejor. Señalado por las autoridades culturales en un célebre editorial del diario Pravda –«Caos en lugar de música»– en 1935, en el mismo momento que las purgas estalinistas comenzaban a funcionar a pleno rendimiento, Dmitry Shostakovich debió humillarse públicamente presentando su quinta sinfonía como un acto de contrición. Edificada –a diferencia de sus anteriores sinfonías– conforme al canon sinfónico clásico-romántico e imbuida de una dialéctica netamente mahleriana, la Quinta de Shostakovich es un testimonio sonoro de aquellos aciagos tiempos tan elocuente como el Museo-Memorial de Auschwitz-Birkenau.